Cuando el mundo de la técnica sustrae nuestra esencia humana, cuando nuestros cuerpos se convierten en meras mercancías con las que trabajar, cuando la medicina se convierte en forma de gobierno y la tecnología en su instrumento principal, es hora de escupir unas cuantas verdades.

sábado, 30 de enero de 2016

Más sobre el proyecto VISC+



El proyecto de la Generalitat VISC+ vuelve a dar noticias como esta. Si bien, según el diario, la Generalitat prometió paralizarlo hasta una ‘jornada participativa con los actores sociales’ (base de la nueva gobernanza eso de parecer participativo e incluir lo social, lo interdisciplinar o lo multicultural, según el momento y contexto), la cesión de datos sanitarios de ciudadanos catalanes ya funcionaba desde junio’15. Y es que ya lo había dispuesto así desde la publicación del DOGC de abril’15. Vamos, que la promesa para los que tienen fe y confían en el compromiso con la palabra dada de un político.

Algunas consideraciones nos parecen necesarias. Por un lado, la cuestión del compromiso ético con la palabra dada que algunos aún le consideran a los que detentan el poder ejecutivo. Esa cuestión de la responsabilidad de los políticos como representantes del pueblo soberano, como gustan decir. En tiempos en los que la población, la ciudadanía, esa masa individualizada, se deja guiar por los expertos de la gestión política, amén de otros expertos de todo pelaje, ¿a quién extraña que esos que se autodenominan expertos de la gestión de lo común (y que no cesan de privatizar) se apropien de los derechos de todos para decidir por su cuenta lo que está bien o no?. Acostumbrados como están a establecer lo que es legal o no, lo que es interés general o no, lo que es legítimo o no, y hacerlo por su cuenta con los suyos y en base a unos intereses muy concretos que comparten los que comparten ese lujo de tener cuota de poder sobre lo común, ¿a quién puede sorprender?. Pues bien, a los bienpensantes de izquierdas con fe en la democracia y el parlamentarismo de El País, por lo visto sí. Pero, ¿para qué esperar a que el debate político y social establezca lo que está bien o lo que es legítimo decidir como representante político?. Como en el fondo intuimos casi todos, y muchos asumen ya abiertamente, esta es la esencia de la democracia parlamentaria. Un teatrillo muy pomposo que se repite un día cada cuatro años más o menos en el que una parte de la población bastante reducida elige a quién puede decidir durante esos cuatro años, pactando con otros a los que no se ha votado por no compartir ideas, intereses y prácticas supuestamente, sobre lo que va a regir las vidas de todos. ¿!Debate social?! Si es un simulacro, sí, por cuestión de economía política y dosificación de poder.

Por otro lado, vivimos en unos tiempos en los que la tecnología y la ciencia, lo que se llamado sistema tecnocientífico' al diluirse los límites entre una y otra y entreverarse de una manera indisoluble, rigen lo que se puede y lo que no se puede realizar, dando por asumido que lo que se puede realizar, se debe realizar. Ese imperativo de la tecnociencia ya lo expuso magistralmente Günther Anders en su gran obra ‘La obsolescencia del hombre’, y nos alertó de los efectos que la tecnología tiene en la concepción del hombre y el mundo que habita y conforma.  Y es que no aprovechar los datos que nos ofrece nuestra biología para saber más es algo punible cuando la ontología dominante es la económica. 'Lo no aprovechable no es, o no merece ser'. Un nazi no lo podría resumir mejo. Por su parte, un filósofo de nuestras tierras, Josep Mª Esquirol, remarca el hecho de que la tecnología no es neutral y dependa sólo del uso que le da el hombre. Eso sería, como bien dice, obviar que la tecnología modifica nuestra perspectiva del mundo y de nosotros mismos. Esa hipotética neutralidad tecnológica es la que permite dejar que los gestores de turno inmersos en todos los sistemas de gobernanza, y formados por aquellos que se interesan en potenciar un único mundo mercantil que comercie con todo, léase las distintas escuelas de negocios, EADA, ESADE, IESE y acrónimos del lucro, impongan tecnologías que permiten sustituir el sentido común humano y la formación por experiencia por un sistema de computabilidad aparentemente hiperracional (y por eso orientado a ser absoluto) y por árboles de decisión basados en protocolos previamente confeccionados por expertos (claro, sin conflictos de intereses...).
En definitiva, de lo que se trata una vez más es de constatar que vivimos un mundo mercantil donde TODO es vendible y comprable. Y sí, también un sistema de democracia parlamentaria. Esto segundo no modifica lo primero que hace ya muchos años que sabemos que es la esencia de nuestro mundo. Lo político, sin su acompañante ético traducido en el compromiso de las ideas y las prácticas consecuentes, no le llega a lo económico ni a la suela de los zapatos. Puede ser triste, pero es real. Se confirma cada día. Esta noticia es una certificación más. Grave, eso sí. Grave porque da un paso más hacia la cosificación y mercantilización del ser humano. Perdón, lapsus, de los datos desglosados de lo que es un ser humano. El fundamento de nuestro tiempo, la descomposición y el análisis... las partes por encima del todo. Que si los datos son anónimos (a estas alturas de la película con esas), que si la investigación avanza (¡¿para qué,  para quién y a costa de qué?!), que si sólo se cederán los datos para empresas públicas (esto sí da risa, en un país con fundamentos neoliberales hasta la médula en que todo funciona por el ‘entendimiento’ entre lo público y lo privado como motor económico; como ejemplo la cesión de datos al Centre of Genomic Regulation que es tan público que en su cartera de negocios están varios laboratorios farmacéuticos, fondos de inversión, etc, etc). Excusas a las que estamos demasiado acostumbrados y que por eso, y por las leyes que reprimen la acción realmente beligerante, toleramos con resignación y hasta con cierta indiferencia. Para los ilusos que confían de nuevo en el tinglado político-económico y su marketing de imagen ética, siempre les quedarán las CUP o Podemos o el nuevo partido político que ponga nuevas líneas rojas. Confiemos en su palabra dada...